Recordando los rostros de las artesanías en Campeche

 Mirna Arana Cob

El arte de crear con las manos, es un don heredado a Mirna Arana Cob por su madre, quien le enseñó a formar con barro, sascab, agua y k´ancab, jarrones, platones, silbatos, figuras humanas, animales, entre otras piezas de uso ornamental o utilitario, que son evidencia de la riqueza de sus raíces prehispánicas.


Doña Mirna, originaria de Tepakán, Calkiní, municipio ubicado al norte del Estado de Campeche, en la región conocida como Camino Real.

Ella, como otras mujeres de su pueblo, entre los ocho a diez años de edad aprendió el oficio de la alfarería tradicional, una de las más antiguas de nuestro país que se remonta a los inicios de la civilización maya. Hoy día, cuenta con 52 años de edad y continúa, con la ayuda de su esposo e hija, amasando el barro y el sascab, afanándose en la idea de mantener vivo el arte de sus ancestros, tangible en cada una de sus piezas. Para doña Mirna ser alfarera es más que una simple labor, a ello ha consagrado su vida, y repite –con devota convicción– cada uno de los procedimientos y tiempos que exige la tradición artesanal en la rama.

Por lo general, contrata el servicio de transporte, debido a lo alejado del lugar donde se encuentran los bancos de barro, mejor conocidos como cuyos, además de cuatro personas, que sustraen la arcilla y el sascab; mientras que la leña, que servirá para el proceso de cocción, la recolecta junto con su familia o, en ocasiones, la compra.

Ocupada en su labor, doña Mirna habla del cuidado que hay que tener en la preparación del barro: hay que “asolearlo” y posteriormente dejarlo reposar en agua; mientras tanto, se debe cernir el sascab y finalmente amasarlo junto con el barro, dejando “descansar” la mezcla durante un día. Preparada la masa, coloca la porción necesaria, de acuerdo a la pieza que se va a realizar, en el k’abal, torno rudimentario formado por una tablita rectangular sobre un disco que es rodado con los pies, y en el cual se inicia la milenaria labor. Cuando se trata de un jarrón, explica, con los pies gira el k’abal, entonces las manos comienzan a “danzar”; a dar forma al “cuerpo” de la pieza, que se deja endurecer un poco y después se continúa con la “garganta”; se agrega el decorado para detallar; continua con el acabado, aplica el k’ancab (tierra roja, previamente diluida en agua), un tipo especial de engobe que se “bruñe” cuidadosamente antes de cocer la pieza y de esa manera no perder el color.

El proceso puede terminar con la cocción de la pieza, por medio de dos métodos, secado al sol, o utilizando un horno de quema con leña de construcción baja y semiesférica, fabricado con piedras y mortero que se encuentran en la región. En ambos procesos, previamente, la pieza se deja secar a la sombra por cuatro días. Azucarera En ocasiones las piezas requieren ser cortadas, como es el caso de la reproducción de una casita maya que doña Mirna elabora con singular esmero. Después de dar forma a esta pieza, con sumo cuidado realiza diversos cortes, para “abrir” las ventanas y la puerta de la réplica a escala. Posteriormente, utiliza el esgrafiado; toma su peineta y con los “dientes”, hace surcos a la parte superior de la pieza, estos surcos asemejan el huano con el que está hecho realmente el techo de la vivienda.



Otro factor importante para la alfarería tradicional, destaca, son las condiciones del clima, a las cuales se sujeta la temporalidad del proceso creativo: “Depende mucho del tiempo. Si hay buen tiempo, tarda como unos quince días, si hay lluvias, tarda mucho más...”

Integrante desde hace ya varios años, de la agrupación artesanal de “Xtacumbilxuna’an” palabra maya que quiere decir: “Mujer escondida”, doña Mirna comenta que generalmente elabora sus piezas para venta y que no suele hacerlo en serie sino por encargo, logrando terminar hasta setenta piezas en lo que ella llama una “horneada”. 

Durante los últimos años, animada por la admiración y sentimiento que generan sus creaciones, ha participado en ferias, así como concursos, dentro de su municipio, a nivel estatal e incluso nacional, obteniendo el segundo y primer lugar en concursos realizados durante la Feria Artesanal y Cultural de Calkiní en 1997 y 1998, respectivamente. 

Arraigada a sus raíces y a los valiosos conocimientos heredados por su madre, ella ha compartido sus conocimientos a través de cursos y se mantiene en la plena disposición de continuar haciéndolo con las nuevas generaciones, como lo ha hecho con su familia. Así transcurre la vida de doña Mirna, desde la tranquilidad del hogar, donde realiza sus tareas cotidianas, descansa y espera el momento de estar de nuevo frente al k’abal.


Extracto del libro “Arte Popular en Campeche” Primera edición 2003.

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