Historia del textil y bordado en la península

 Historia de textiles y bordado en la península




Los bordados sin ser obras de arte, poseen belleza, confieren placer y se inscriben en el espacio de la estética. 

Con el propósito de propiciar un acercamiento sistemático a este tema, cuyo análisis permanece abierto, se retoman elementos discursivos retomando elementos teórico metodológicos mediante los cuales la formalización expositiva da paso a otros modos de pensamiento y expresión, más analógicos y vinculados con la identidad sociocultural. 

Empezando por el hipil portado por muchas mujeres en la región de Los Chenes, es una pieza fundamental de su atavío cotidiano, que no sólo es empleado para cubrir o adornar su cuerpo; para ellas, es también un elemento de identificación y reconocimiento frente a los otros, particularmente en el diseño de los bordados, en la estética de la visión según la cual, la mirada provee de sentido, cuando se nutre del placer que le confiere la caracterización del ícono, de los códigos constitutivos que interactúan y construyen el yo/nosotros y el mundo. Mirada y creatividad que se conjugan para obtener diseños de flores, hojas, ramas, grecas y colores, construyendo un lenguaje propio que condensa significados socioculturales. 

En la Península, la decoración de bordado a mano, se realiza empleando diversas puntadas como el xok bil chuuy (punto de cruz o hilo contado, en español), el xmol nicté y la rejilla y el deshilado, entre otras. En todo caso, el diseño, que se repite en la orilla inferior del hipil, dependerá del gusto de la bordadora —o la clienta— y de la región, ya que en algunas zonas se prefieren, por ejemplo, los colores muy vivos y en otras, los tonos más suaves o tradicionales. 

Tradicionalmente la pieza se cierra a mano con una puntada conocida en español como "costilla de ratón", dejando abierto sólo el ancho de la bocamanga. Las mujeres adultas y las jovencitas llevan una especie de fondo o justán blanco (pic, en maya). La enagua sobresale bajo el hipil entre 10 y 25 cm y va adornada con un ancho encaje o un fino tejido, a manera de remate. Como complemento, las mujeres llevan un rebozo que sirve lo mismo para abrigarse que para ayudarse en el transporte de algunas cargas. 

En la península de Yucatán, desde la época colonial, la diferencia entre europeas, mestizas e indias se expresa a través del atavío y los diversos códigos que lo constituyen, particularmente en situaciones comunicativas determinadas. 

De la indumentaria de la mestiza de la Colonia, se deriva el modelo de las indias, pero el de las primeras carecía de la sencillez del de las nativas, poseía notables adornos que lo hacían más llamativo y se denominaba terno; consistía en un rectángulo de color blanco en el que los bordes del cuello, el ruedo y la orilla del justán iban ornamentados de cenefas bordadas de vivos colores en variadísimas labores y adornos con encaje de hilos de seda. La cabeza de estas mujeres se cubría con una blanca toca bordada, llamada en lengua maya booch', que en el último tercio del siglo XIX fue sustituida por el rebozo de color; se adornaban el cuello con largos y lujosos rosarios de filigrana de oro y gruesas cuentas de coral, colgando en ellos moneditas y doblones de oro de gran valor denominados "escudos", además de cadenas de varias vueltas y grandes y largos aretes de filigrana de oro, complementaban su atuendo con anillos en todos los dedos de las manos (Hernández Fajardo, 1977). 

Historia del bordado en Campeche 

En Campeche, por muchos años el uso del hipil desaparece de las zonas urbanas especialmente en los puntos habitados por gente de mayores recursos. Únicamente lo llevaba la mujer indígena, la campesina, que al adoptarlo comienza a llamarse "mestiza", como se acostumbra hacerlo aún en la actualidad. 

Las mestizas actuales colaboran con la economía familiar con la confección y de sus prendas; Para los de hilo contado o xok bil chuuy se apoyan en dechados, muestrarios y revistas en los que se encuentran motivos de punto de cruz, y los van copiando., no sin abandonar la iconografía de sus pueblos, que durante mucho tiempo basaron en los elementos de cada naturaleza, de cada estación del año. Durante la realización del bordado entra en juego la creatividad de la bordadora, quien va definiendo la composición cromática, los tonos y los matices que se integrarán a la tela blanca del cuerpo del hipil, blusa o pieza que deseen realizar. 

Además de las bordadoras que producían estos vestidos para sí mismas y su familia, hasta hace aproximadamente una década era común encontrar a quienes tenían como oficio bordar estas prendas, y confeccionaban los hipiles que otras mujeres portarían en la fiesta del pueblo, el novenario, el bautizo o la boda de un familiar o amigo, etc. (todas estas, situaciones comunicativas concretas). Aunque el oficio de bordadora ya no es tan común como antes, en muchas familias aún hay quien coadyuve a la transmisión de este conocimiento. 


En la región, sin embargo, su labor depende en gran medida de contar con una máquina de coser propia (una de las técnicas más comunes es, precisamente, empleando esta herramienta). Quienes no la poseen deben solicitarla en calidad de préstamo a algún familiar o amigo, de modo que la máquina de coser adquiere un enorme valor no sólo como instrumento de labor, sino también como referente de la historia familiar. 




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